¿Qué es lo siniestro? (Subtítulos en español e inglés. Para ver los subtítulos en español, haz clic en "Settings")

Por Raymond Malewitz, Profesor de Inglés en la Universidad Estatal de Oregón

Traducido por Raisa Cañete Blazquez

¿Qué nos da miedo? ¿Qué hace que no nos podamos dormir después de ver una película de terror o hace que corramos a cerrar las puertas con llave tras leer una novela de miedo? Si repasamos una lista de personajes típicos de terror, puede que se nos ocurra una respuesta fácil y obvia a esta pregunta: nos dan miedo las cosas y personas que no entendemos. Seguramente estemos de acuerdo en que las criaturas de la película de Ridley Scott “Alien” son aterradoras, y esto se debe en gran parte al hecho de que ni se parecen ni actúan como nosotros (después de todo, ¡salen de nuestras entrañas!)

Esta tendencia de ver a seres ajenos como malvados o aterradores es, por supuesto, en sí malvada y aterradora, como innumerables historias de la historia y la literatura nos recuerdan. Pero esta tendencia deprimente no es de lo que quiero hablar hoy.

En cambio, quiero hablar de un tipo diferente (y, en mi opinión, más interesante) de miedo, uno que se genera por cosas que NO nos resultan desconocidas. Me refiero a cosas que han estado con nosotros desde la infancia, como muñecas, por ejemplo, o payasos, o televisiones. ¿Qué es lo que tienen estas cosas familiares que, en determinadas circunstancias, hacen que se nos erice el vello de detrás del cuello?

Sigmund Freud se plantea esta pregunta en su ensayo de 1919 “Lo siniestro,” y sus ideas sobre este asunto todavía son útiles 100 años más tarde. En este vídeo, quiero resumir su definición de este tipo especial de miedo y luego mostrarte cómo lo puedes aplicar a tus propias lecturas de literatura.

Freud empieza su ensayo con una extraña observación. La palabra para siniestro en la lengua materna de Freud, el alemán, es “unheimlich,” que significa que no proviene de casa. En otras palabras, que no es familiar. Esta definición parece repetir lo que acabo de decir sobre seres ajenos—nos asusta lo que no proviene de casa.

Pero Freud también señala que unheimlich (o siniestro) se usa, en ciertas situaciones, para describir algo escondido dentro de casa que nunca debió salir a la luz. Esto es muy extraño, ya que sugiere que el significado de unheimlich y de heimlich, o en inglés uncanny y canny, coincide. Como “buckle” en inglés, que puede significar separar o juntar, “uncanny” tiene su propio significado y el opuesto al mismo tiempo. Qué raro, ¿no?

Para resolver esta paradoja, Freud acude a su teoría general de la personalidad y pregunta qué podría estar oculto en nosotros que de repente salga a la luz y nos atemorice. Como debes de saber, Freud estaba totalmente obsesionado con cambios que tienen lugar en nuestras mentes al pasar de la infancia a la edad adulta. Cuando somos pequeños, según Freud, estamos fuertemente unidos a nuestras madres, porque nos crían y nos protegen. Cualquier cosa o persona que se interponga en el camino de este amor devocional se convierte, en nuestras mentes de bebé irracional, en una amenaza que debe ser eliminada—incluso si la amenaza se trata de nuestro padre.

Lo que acabo de describir es una versión del famoso complejo de Edipo de Freud, en el que un niño, imitando las acciones del famoso rey griego Edipo, quiere matar a su padre y casarse con su madre. Freud no está diciendo que nuestro Yo racional adulto quiera llevar a cabo esas acciones—Edipo, al fin y al cabo, está tan horrorizado por sus acciones que se quita la vista cuando se da cuenta de lo que ha hecho.

En cambio, Freud sugiere que el Yo que fuimos una vez de niños todavía vive en nosotros, escondido bajo un nuevo Yo adulto y racional. Y a veces, como el alienígena en las películas de Scott, ese Yo escondido decide salir.

En sus palabras, “Hoy en día ya no creemos [en fantasías infantiles], hemos superado tales formas de pensar; pero no estamos del todo seguros de nuestras nuevas creencias, y las viejas aún existen en nosotros, listas para aprovechar cualquier confirmación” (241).

¡La cosa va tomando forma! Lo extraño parece estar relacionado con creencias que tuvimos de pequeños y que hemos reprimido o cubierto o escondido para hacernos adultos. Cubrimos estas creencias porque, por supuesto, son creencias erróneas y no queremos estar equivocados. Queremos ser mayores. Queremos ser personas racionales con actitudes apropiadas sobre el mundo. (Los payasos no dan miedo, Ray, ¡deja de portarte como un niño!)

Y este proceso de maduración, de renunciar a nuestras cosas infantiles, requiere mucho tiempo y esfuerzo por nuestra parte. Sería totalmente horrible imaginar, como adultos, que nuestro Yo de la infancia tuviera un mejor entendimiento del mundo que nosotros.

Esto, para Freud, es lo siniestro—es el miedo que sentimos en situaciones en las que nuestras fantasías y miedos infantiles parecen más reales y verdaderas que nuestra forma adulta de ver el mundo.

Con esta idea en mente, la diferencia entre cosas familiares que nos deleitan y cosas familiares que nos aterrorizan empieza a tener sentido. En la película Toy Story, los muñecos que hablan en la pantalla son personajes divertidos y simpáticos porque fueron escritos dentro de un género que hace que sea aceptable que cobren vida. No veo películas Pixar con expectativas de realidad. En el ámbito del terror realista, sin embargo, esos mismos muñecos se vuelven aterradores para públicos adultos.

De manera similar, si yo fuera un niño, imaginaría, digamos, a Dora la Exploradora como alguien que de verdad está dentro de mi televisión pidiéndome consejo para sus viajes. Como adulto, bueno, eso también sería puro terror, (¿verdad? Tú—ahí, sí, estoy hablando contigo)

Ambos ejemplos apuntan a una propiedad final necesaria de lo siniestro—el realismo. Los cuentos de hadas y dibujos para niños no pueden ser siniestros, porque esos géneros nunca nos piden que creamos que lo que estamos viendo se relaciona de forma alguna con nuestra realidad.

“La situación cambia,” escribe Freud, “tan pronto como el escritor aparenta meterse en el mundo de la realidad común… Se aprovecha, por así decirlo, de nuestra superstición supuestamente superada o vencida; nos hace creer que nos está dando la pura verdad, y después de todo sobrepasa los límites de lo posible.”

Las palabras de Freud pueden ser confusas, así que vamos a aclararlo con un ejemplo simple. Aquí tenemos uno de Edgar Allan Poe y su famoso poema, “El cuervo.”

Una vez en una medianoche triste, mientras meditaba débil y cansado,
sobre muchos, un pintoresco y curioso volumen de historias olvidadas,
Mientras asentía, casi dormitando, de repente vino un golpeteo,
Como de alguien golpeando suavemente, golpeando la puerta de mi cámara.
”Es un visitante,” murmuré, “llamando a la puerta de mi cámara—
Solo esto y nada más.”

Sin duda, es aterrador escuchar golpes inesperados a tu puerta a medianoche. Sería todavía más aterrador y siniestro si tu pareja, Lenore, acabara de morir y estuvieras entristecido con un inmenso dolor, como descubrimos más tarde ser el caso del narrador de Poe. Puede que los golpes te recuerden a ruidos extraños que oías por la noche cuando eras niño que pensabas que eran fantasmas o demonios. O podrían animarte a imaginar que Lenore podría volver de entre los muertos, a pesar de que tu Yo racional sabe que eso es imposible.

El narrador considera ambos escenarios siniestros tras la aparición de un misterioso cuervo parlante, lo cual lleva al narrador a sumirse en la locura. Pero antes de que nada de esto ocurra, (y antes de que lo siniestro pueda entonces operar), el poema de Poe debe “aparentar meterse en el mundo de la realidad común.” Poe lo consigue al hacer que su narrador insista en que hay una explicación racional para los golpes. Es un visitante, murmura para sí, “Solo esto y nada más.”

En otras palabras, Poe y su narrador aquí están insistiendo en que él (y los lectores que lo acompañan) no tiene motivos para preocuparse—hay una explicación perfectamente racional para los extraños ruidos en la puerta. Incluso cuando el cuervo aparece y empieza a graznar “Nunca más,” el narrador aún mantiene la fe en su racionalidad:

“Sin duda,” dije, “lo que pronuncia es su único stock y tienda
Atrapado por un infeliz maestro a quien despiadado desastre
Siguió rápido y siguió más rápido hasta que sus canciones una carga llevaron—
Hasta las aficiones de su esperanza que soportaba la carga melancólica
De “Nunca—nunca más.”

No me voy a meter a fondo en la interpretación del poema, solo decir que el modelo de Freud funciona bastante bien en él. Si tienes alguna idea de cómo proceder con el análisis, espero que las compartas en la sección de comentarios.

También puedes, ya de paso, pensar en cómo podría funcionar lo siniestro en el primer ejemplo que mencioné al principio del vídeo—la película Alien—en la cual lo que a primera vista parecen ser fenómenos totalmente desconocidos—alienígenas saliendo de cuerpos, por ejemplo—podrían entenderse, con un poco de reflexión, como eventos que nuestros Yos de la infancia conocen bien. Y nuestras madres, aún más.

Las lecturas freudianas de literatura son obviamente viejas y problemáticas de varias maneras, y deben ser revisadas y adaptadas al siglo XXI. Pero como esta teoría de lo siniestro propone, dejar atrás las ideas de Freud o cubrirlas conlleva sus propios riesgos, también. Leer su teoría y hacerla relevante en nuestros tiempos tan diferentes nos puede ayudar a obtener un mejor entendimiento de lo que tememos y, lo que es más importante, de lo que ese miedo nos puede decir sobre quiénes somos.

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