¿Qué es la elegía? (Subtítulos en español e inglés)
Por David Biespiel, Profesor de Inglés en la Universidad Estatal de Oregón
Traducido por Raisa Cañete Blazquez
La gente confunde las palabras elogio y elegía.
Un elogio es un discurso que alaba a alguien (o algo), normalmente después de que ya no exista. Los funerales, como ya sabrás, son ocasiones donde normalmente se da un elogio, en el que una persona reflexiona y celebra la vida del fallecido.
Una elegía es un poema, y tiene un tipo de emoción en particular que lo impulsa. Esa emoción es el lamento, el sentir y expresar pena, lamentarse o estar apenado por algo – y, sí, las elegías a menudo son sobre alguien que ha muerto, pero también podría ser algo que ha muerto, por ejemplo, un sentimiento o una relación.
O, mejor dicho, las elegías son una expresión del acontecimiento de la pérdida en general. Son la expresión del sufrimiento, la herida. Son el chillido del duelo. Son un estudio de por lo que se llora. Son…la melancolía. La emoción del lamento y qué hacer de ese lamento es el tema de la elegía.
Lo repito: Mientras un elogio en un funeral puede reflejar los logros, públicos y privados, de alguien que acaba de morir, una elegía se centra más en el sentimiento de pérdida del poeta, y, más importante aún, en encontrar metáforas del conocimiento, percepción, tangibilidad, o incluso los placeres desconocidos de los sentimientos del duelo y lamento del poeta – como los que sientes cuando el maestro del blues Buddy Guy canta “All That Makes Me Happy is the Blues.”
Entonces, la elegía es un poema interesado sobre todo en crear una metáfora de una pérdida.
El modelo de la elegía contemporánea tiene cuatrocientos años. Viene del poeta británico John Milton y su poema del s. XVII, “Lycidas.” Es un poema fascinante que lamenta la muerte del amigo de Milton pero hace algo que fue completamente nuevo en aquella época, y poetas de todo el mundo y todos los continentes aún sienten sus consecuencias.
Milton no solo compartió el duelo sobre su amigo o contó sus logros, sino que exploró ese duelo, convirtiendo el sentimiento en una metáfora, e intentó entender lo que significa el duelo.
En otras palabras, piensa en la elegía contemporánea así: hay una perturbación (una pérdida, o una muerte), y la respuesta del poeta es preguntarse a sí mismo, ¿cómo me siento al respecto? No sólo ¿cuál es el sentimiento que siento?, sino aún más importante, ¿cómo es esa pérdida? Entonces el poema explora cómo es ese sentimiento, y lo compara con algo, y explora esa misma comparación – la exploración de la comparación es el corazón de la elegía. Y al final, el poema resuelve la metáfora. No la perturbación, claro. La persona sigue muerta. Pero el sentimiento de pérdida, convertido en metáfora, está bien vivo.
Toma por ejemplo la elegía desoladora de Stanley Plumly, “El matrimonio en los árboles.” Cuando acabe este vídeo, te la leeré. Va sobre la ruptura de una relación, tal y como indica el título, de un matrimonio. Pero en el poema, Plumly lamenta la pérdida al lamentarse por lo sucedido a los árboles que rodean la casa donde el matrimonio vivió. Así, compara la experiencia de una relación fracasada con la inhabilidad de curar a los árboles.
Ahora, cuando lo lea, intenta reconocer los sentimientos de “ruptura” que se expresan en el poema, es decir: las palabras que son sobre los árboles y también sobre el lamento de la muerte del amor entre esas dos personas.
Ese es el poder de la elegía: no solo elogiar una muerte, sino crear una nueva forma de explorar la pérdida.
Aquí está el poema “El matrimonio en los árboles,” de Stanley Plumly.
Cuando el viento tenía razón nada más
la tenía, como el roble que pensamos que construiría
mejor que la casa partida como un barco
en una roca. Lo dejamos aguantar el invierno,
espectral, molido, cada cielo su nieve,
luego lo cortamos, lo desmontamos en
pedazos como enfermedad. Luego ramas del
álamo amarillo se rompieron a su voluntad—
cayendo de las alturas como huesos
de puritanos; hasta recogerlos
en manojos parecía puritano.
Y el sauce, por naturaleza, lloró
largas lágrimas por su exceso de ramas,
tan pálidas que eran otoñales. Las cuales
fácilmente convertimos en interruptores,
burlando las disputas de los aleros nidificados
del abeto, los cuales cuervos, y luego arrendajos
molestaron tanto como pudieron. La lista,
la lista. El sicómoro hizo mapas
de desaparición; el haya púrpura,
paterna en su contorno, cortada
en seco, por un carro, con una herida que nunca
sanaría. Medicina, brujería, y luego
amor—nada de lo que intentamos funcionó.
Más manzanos que no crecían más que hacia
abajo. Más arces que derramaban azúcar.
Más espinos en llamas, diciendo la verdad.
Esa es la elegía “El matrimonio en los árboles” de Stanley Plumly.
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