¿Qué es la verosimilitud? (Subtítulos en español e inglés)

Por Gilad Elbom, Profesor de Inglés en la Universidad Estatal de Oregón

Traducido por Raisa Cañete Blazquez

La verosimilitud es la idea de que la literatura debería ser cierta a la realidad: la idea de que los elementos textuales– personajes, diálogo, contexto, imágenes—deberían ser creíbles, convincentes, auténticos, realistas. Aspirantes a escritores, entonces, suelen recibir el siguiente consejo: los personajes deben ser convincentes; las líneas de diálogo deben reflejar cómo habla la gente; personajes diferentes deberían hablar con estilos diferentes; las descripciones de lugares deben sonar sinceras; las imágenes literarias deben evocar pensamientos familiares, sensaciones, emociones, recuerdos; y demás. En resumen, los escritores tienen que dar en lo cierto, por así decirlo.

Aquí va un ejemplo. Cody y Katie cruzaban Nebraska en coche. Sus nombres deberían sonar reales, adecuados, correctos. Deben sonar sinceros. Se ha de describir el coche: marca, modelo, color, condición. ¿Es Cody el tipo de personaje que lleva un coche japonés o un coche americano? Si Cody y Katie están en Nueva York, los lectores deberían poder sentir la ciudad: los rascacielos, los taxis amarillos, el olor a comida china o italiana, un hombre con barba gritando en medio de la calle. Cuando se paran en una cafetería de las de antes, necesitamos, una vez más, algo de verosimilitud. No es suficiente con saber que tomaron el almuerzo. ¿Qué pidieron? ¿Qué pinta tenía la camarera? ¿Había una mosca bailando en la mesa polvorienta mientras esperaban su comida? ¿Pidió Katie más mantequilla para sus tortitas? ¿Inundó Cody con kétchup su hamburguesa? Y lo más importante, ¿le recordó el kétchup al primer animal muerto que había visto, cuando tenía seis años, en la granja de su tío, una mañana fría de noviembre? Y no olvides nombrar a ese tío y describirlo.

Aquí va un ejemplo de una famosa novela americana: Bright Lights, Big City de Jay McInerney.

La novela ocurre en Nueva York, y cada pequeño detalle está descrito meticulosamente, hasta el punto en que los lectores sienten que están en Nueva York. De hecho, la novela entera está escrita en segunda persona—el personaje principal eres prácticamente tú—lo cual acentúa la idea de la verosimilitud: la habilidad del texto de convencernos de que es creíble, que podemos confiar en él. Podemos mirar en la página 9 de esta novela, por ejemplo, y ver todos esos pequeños detalles. El personaje principal recuerda el apartamento en el que solía vivir con la esposa de la que se separó, y lo podemos ver todo: el techo imperfecto, las ventanas que no encajan en los marcos, el olor a pan de la panadería de abajo, lo que le recuerda a los croissants que solía comprar para ella.  También podemos ver a personajes arbitrarios: una mujer con un enjambre de rulos en la cabeza paseando a un pastor alemán en la séptima avenida. Todos esos detalles, todos esos personajes, existen para dar verosimilitud: las cualidades realistas del texto.

Como contraargumento, hay otros métodos que enfatizan la idea de que los elementos literarios no representan a cosas externas al texto. El arte, por definición, es artificial, incluyendo el arte literario. La poesía, por ejemplo, es hermosa, verdadera, o conmovedora precisamente porque sus rasgos formales no dejan sitio para la verosimilitud: la métrica, la rima, la estructura, las estrofas, el encabalgamiento. Nadie habla en versos rotos de pies trocaicos, y diferentes personajes en las obras de William Shakespeare, por ejemplo, no demuestran pautas individuales del lenguaje. Todos ellos hablan el lenguaje de Shakespeare, que es exactamente lo que lo hace tan hermoso.

Del mismo modo, la belleza de la música viene del hecho de que el sonido del piano—o del violín, o del saxofón, o de la guitarra eléctrica—no es para nada natural. No hay nada en la naturaleza que suene como esos instrumentos. De forma similar, cuando vamos al museo, no buscamos necesariamente cuadros que reflejen la realidad. Cuando vamos al museo, nos paramos delante de los lienzos y miramos sus texturas: las formas, los colores, las pinceladas, la composición.

Si aplicamos este principio a la ficción literaria, el objetivo no es hacer que sea creíble, por así decirlo, sino enfatizar las características formales del texto: el estilo, la estructura, el tono, la sintaxis. En otras palabras, las texturas de la página escrita. Paradójicamente, este rechazo de la verosimilitud a menudo nos permite ver las cosas claras, sentir emociones intensas, y llegar a entendimientos de la realidad nuevos, profundos, y significativos. En otras palabras, la ficción se vuelve realidad precisamente en el momento en el que se reconoce su artificialidad.

Ver la serie entera: Una guía a los términos literarios